A mí, como comprenderán, me importa tanto como el próximo resultado del Guadalense CF el que los autoproclamados profetas de la comunicación digan lo que quieran y hasta que se reúnan para asentirse con devoción entre ellos, faltaría más. Me inquieta algo, pero poco, el que de esos encuentros saquen de la marmita conceptos nuevos que personalmente me inducen a equívoco y me ponen eso, un poco nervioso. Al fin y al cabo no solo soy periodista sino amante del periodismo, de largo y con curri, y por eso me considero con tanto derecho como el que más a defender la salud de mi adorada profesión.
Por eso soy libre de negar la mayor y, si oigo acuñar el concepto de 'periodismo ciudadano' como sinónimo de que el ciudadano ahora es periodista gracias a los nuevos medios, como que me da la urticaria. Resulta que si antes un señor llamaba al periódico para informar de que en la rotonda que hay debajo de su casa se acababan de dar un guantazo el coche con matrícula A y el coche con matrícula B sin que al parecer hubiera heridos, ese señor era una fuente. Pero ahora, como el testigo tiene teléfono con cámara, saca una foto del bofetón, la envía al diario (punto es) y ese señor, voilá, se convierte en periodista. Uau. Y si a ese mismo señor, antes, no le gustaba la crónica de la leche y escribía al periódico para protestar, era una carta al director, pero ahora, como se publica su cabreo en tiempo real, es periodista ciudadano que participa y tal. Requeteuau.
Pero es que luego vienen a bautizar a un tal Nuevo Periodismo, con lo que la urticaria ya ataca inmisericorde. ¿Qué es nuevo periodismo? Ostras, qué vértigo. ¿Será que estamos ante la nueva medicina si las piernas ya no se amputan con serrucho sino con láser? ¿Será que estamos ante la nueva filosofía si nuestro último pensamiento sobre la cognición lo podemos meter con el puntero en la PDA y enviarlo por SMS a Connecticut? ¿Será nuevo fútbol lo de los cinco árbitros? Vivo sin vivir en mí.
Y más y más que, como digo, me sabe a sirimiri, que casi no moja pero fastidia un rato. Lo que pasa es que algunos de estos druidas, ya puestos, se lanzan a señalizar las carreteras de la comunicación y nos marcan por dónde informar y por dónde no. O sea, lo más fashion. Y, también ya puestos, terminan por meter el dedo en mi ojo y hasta aquí hemos llegado. Desde la distancia, y lo que es peor desde la consciente ignorancia, juzgan la acción y la reacción de los alumnos de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, que es mi casa, ante un atentado tan terrorífico como el que sufrimos ayer. Y van y dicen estos gurús que los estudiantes no reaccionaron, que no participaron, que se escondieron en las redes sociales para informarse... hasta concluir en eso, que el futuro es el de las redes sociales.
Y comprenderán que yo, a estas alturas, ya me haya perdido. O sea, que si hace catorce años, sin internet ni móviles, el alumno de entonces hubiera discado nueve dígitos y luego otros nueve y luego otros nueve para ir diciendo a familiares y colegas que acababa de sufrir un atentado pero que estaba bien, entonces, digo, ¿qué hubieran dictaminado los gurús del momento, que el futuro de la comunicación pasaba por ese cable negro con el que siempre nos tropezábamos en el salón? Venga, venga, que estamos mezclando un peligroso cóctel, de esos que nadie sabe qué lleva pero que cuece un montón.
A lo peor me riñe, pero me importa un bledo. Termino esta entrada con un sonoro botón de muestra, con el relato-crónica que Cris hizo ayer mismo, en directo, para el programa La Ventana de la Cadena Ser. Es el botón de muestra de la mercería que fue ayer la bendita juventud de fcom, donde un ejército de estudiantes, los mismos que no descansan ni en verano porque están de prácticas en los medios para que más de un profesional se recupere de su agotamiento intelectual, dieron ayer una lección de periodismo. Y yo fui el alumno y aprendí mucho, mucho. Escuchen este relato de Cris y escuchen los comentarios finales de quienes estaban en el estudio de la Ser.
Cris, en La Ventana de la Ser