Más de un periódico se ha dado el batacazo por estar pilotado por lumbreras de la empresa que lo mismo les da vender noticias que ladrillos, servicio público que influencias. El proceso de estos próceres, por lo general, es vender primero los espacios publicitarios y después endosarle a los plumillas la apasionante misión de completar los huecos que queden libres de propaganda en las 32 hojas del imprescindible suplemento ‘Especial sales de baño’. Y, bueno, cuando se trata de suplementos aún tiene un pase, pero es que la técnica se extiende a toda la superficie impresa: “Usted tranquilo, don Gregorio, que nos pone esa media hoja con la propaganda de su constructora y los chavales le entrevistan en la otra media y no, no me dé las gracias, que para eso estamos, y además, mire lo que le digo, si pone la hoja entera, nos olvidamos de sacar nada sobre la vista preliminar que tiene el martes”.
Las relaciones entre el departamento Comercial y la Redacción de cualquier medio suelen ser, digámoslo suavemente, tensas. Y así debe ser, dando por supuesto que unos y otros son la mar de profesionales y solo miran por el bien general de la empresa. Pero, por desgracia, no suele ser así y la batalla se torna cruenta y además breve, porque el ejército comercial casi siempre se merienda a las huestes periodísticas en un plisplás. Cuando hace algún año trabajé como asesor en un diario de una gran ciudad turística, un redactor de Cultura publicó que “Vargas Llosa hablará a las 19:30 horas sobre su última novela en un céntrico hotel”. “Pero hombre –le dije–, con la cantidad de hoteles que hay es de cajón que pongas su nombre porque si no vuelves locos a los que estén interesados en ir”. “Es que no puedo ponerlo –replicó– porque lo tengo prohibido por el gerente”. “¿Qué?”. “Pues que como esa cadena hotelera no se anuncia con nosotros, nosotros no ponemos nunca su nombre”.
La publicidad, en un periódico libre de estas carcomas a las que me refiero (y de otras sobre las que tiempo habrá de abordar), es en sí misma información. Tengo publicado y además requetedicho a los alumnos que, en más ocasiones de las que uno puede imaginar, la publicidad es una pista inagotable para descubrir fascinantes historias de nuestros conciudadanos. Si alguien, por ejemplo, anuncia que traspasa su negocio “céntrico, muy barato, con clientela fija y altos beneficios demostrables”, ¿es que le ha tocado la bonoloto o qué? Por lo menos da para sospechar.
Por ejemplo también: ya dije en su día que siempre me han mosqueado los “brutales descuentos” de “hasta el 70% en todos nuestros artículos”. Yo, de economía, lo justo, pero para mí que si un sofá se puede rebajar de 1.000 a 400 euros es que, antes de la oferta, el comerciante estaba trincando de lo lindo, o por lo menos lo parece. Claro que, más allá de estos ejemplos tan clásicos como habituales, hay otros anuncios puntuales que, tras los consabidos “precios de escándalo”, esconden historias que se adivinan inquietantes.
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