
Con un frío que pela. Con nevadas a ratos. Cuando cayó la gorda anterior, a finales de enero, en plenos
exámenes cuatrimestrales, mi amigo y colega
Alberto (un murcianico
de cine, que me consta que me lee aunque agazapado tras el nombre de algún
antepasado bíblico) me dijo: "¿Por qué no haces una foto del campus nevado y la publicas
en la web de la Facultad?" Y yo le contesté: "Eso, y la titulamos
exámenes en blanco". Claro que no lo hice, porque imaginad la gracia que le hubiera hecho la ídem a la legión de estudiantes al borde de un ataque de nervios.
Pero aquella borrasca tenía sentido, en sí misma, porque estábamos en pleno invierno. Desde entonces, todo este tiempo ha parecido primavera. Y justo cuando llega la que la sangre altera, vuelve a llover blanco. Hemos pasado un día que alternaba el cielo azul que encendía la nieve para iluminar a nuestro olivo bonsai -que preside la explanada- a "fuertes rachas de viento racheado" (que dirían los ínclitos hombres del tiempo), con ventisca y guarnición. De locos.
Esta misma tarde adelantaba a dos alumnas, de Bibliotecas a Ciencias Sociales, en el momento en que arreciaba la nevada vespertina. Encorvadas para protegerse de la que estaba cayendo, se decían: "En agosto nevará".
Un vicerrector y un saxofonista, indefensos ante la nevada vespertina en el campus.
Y no me he reído, que conste. Entre otras cosas, porque no creo que lo dijeran en broma. Sobre esto del calentamiento global, del cambio climático,
ya he escrito algo y ahora no me apetece insistir en un tema que tiene responsables, vaya si los tiene: otra legión de próceres egoístas hijosdelagrán que se llenan la saca al grito de
el que venga detrás, que arree.
Pero bueno, ahora que me lo pienso mejor, vamos a hablar del tema. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático fue adoptada en Nueva York el 9 de mayo de 1992 y permite, entre otras cosas (tiro de
Wikipedia),
reforzar la conciencia pública, a escala mundial, de los problemas relacionados con el cambio climático. Objetivo:
Lograr la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático y en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al cambio climático, asegurando que la producción de alimentos no se vea amenazada y permitiendo que el desarrollo económico prosiga de manera sostenible.
Y ahora, las risas: los países que se adhieren a la Convención son (y que cada cual subraye el/los que más carcajadas le provoque/n): Alemania, Australia, Austria, Bielorrusia, Bélgica, Bulgaria, Canadá, República Checa, Dinamarca, Eslovaquia, España, Estados Unidos de América, Estonia, Federación Rusa, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Japón, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Rumanía, Suecia, Suiza, Turquía y Ucrania.
El próximo 9 de mayo (a ver si me acuerdo, y si no me lo recordáis) la Convención cumplirá quince años. Y lo hemos de celebrar esquiando en el Caribe. Con dos.