São Paulo es ciento diez Pamplonas y no es una exageración. Tiene más de veinte millones de habitantes y, del viaje Madrid-SP (once horas), la mitad –ahora sí es exageración– te la pasas sobrevolando tejados hasta que tomas tierra. Voy a estar ocho días con mis brasileiros, en el Master em Jornalismo donde siempre aprendo más que enseño. Qué vicio, el de aprender. Aprender en todos los sentidos. Por ejemplo que, como desarrollo humano, deja mi Pamplona doscientas veces más limpia que esta urbe que se despierta todas las mañanas con una contaminación de órdago (prometo pruebas). Urbe en la que tienes que invertir dos tercios de tu tiempo en llegar adonde vas. Si vas por tierra, claro, porque es la ciudad que tiene más inundado el cielo por un tráfico inenarrable de helicópteros, que son los taxis de los que no pueden perder el tiempo para cerrar negocios.
Pero... qué grandes amigos encierro en este trozo. Escribiré y dejaré huellas gráficas de este universo tan familiar. Hablaremos de periodismo, claro. Y de amigos, que es lo importante.
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