En medio del parque, sobre una mesa de obra junto al canal que atraviesa el merendero, dos compadres que matan la tarde a paseos vislumbran un buen trozo de algo. Una cuña de color indefinido, algo parecido a la grasa, al sebo; o sea, como de un blanco sucio o de un crema limpio (¿marfil?). El trozo, además, brilla con el último rayo que le pega de lleno. Ya no hay nadie más.
–Mira qué cacho de queso se han olvidado los domingueros de jueves –dice Compadre Uno mientras lo señala con la barbilla.
–Qué andas, eso no es queso, eso es un trozo de jabón que se han traído para lavar después de la merendola –le rebate Dos.
El siguiente rato (quién sabe si tres años y un mes) se lo pasaron al ping-pong del "es queso", "es jabón", "es queso", "es jabón"... hasta que Uno, harto, le dice:
–Vale ya, cabezón, te lo voy a probar. Me voy a comer un pedazo... [ñamñam] ¿Lo ves? ¡Es queso! Venga, come un trozo y me darás la razón.
–¡Pero si si es jabón! ¡Es jabón! Me pondré a morir...
–¿Pero tú ves que me haya pasado algo después de tragar, eh? ¿Te crees que me moriría por llevarte la contraria? Y vale ya: come de una vez.
El Dos, contra las cuerdas, lo muerde de mala gana. Mastica a cámara lenta y termina tragando con gestos teatreros.
–¿Y? ¿Qué me dices ahora? ¿A que es queso?
–Sí, sabe a queso... ¡Pero es jabón!
No hay comentarios:
Publicar un comentario