lunes, 9 de abril de 2007

La soledad no es esto

El lluvioso Domingo de Resurrección ha dejado paso a un Lunes de Pascua pacífico y sereno en el que hasta el camposanto en el que me encuentro está desierto de almas en cuerpo. Al atardecer, con el sol poniéndose, la resurrección es extraña en esta nada habitada. Estamos dos gatos (literalmente) y yo en medio de este crepúsculo. En tan desconcertante inmensidad me han venido a la mente los versos de María Ascensión Gasque Gracia (Calanda, 1854; Calatayud, 1900) en los que dejó escrito:
En la vereda sombría de un camino
cansado de pisadas extrañas
reposa, serena, mi alma.
El quejido de una rama
despierta a mi sueño,
que quemado florecía
en el suelo de una jaula.
Caminantes que pasaron
rieron al ver mi huerto
de flores gastadas
por el viento.
Llamé al agua despistada
que viniera a mojar
los pétalos de mis entrañas;
pero el agua pasó
y se fue a otras almas.
Lloré su ausencia
viendo mis rosales morir...
y mis lágrimas
los hicieron revivir.
Hoy, mis lágrimas se han vuelto de tristes a divertidas cuando en esa inmensidad del tú a tú, descansando junto a su hijo, le he recordado a Ángel la foto más divertida que tengo con él, en la Nochevieja de vete a saber qué año noventa. Te la dejo aquí, para que nos riamos todos.

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