De todas formas, había una regla para mí controvertida: decía que era de mala educación señalar. Hombre, relativo. Se entiende que se refería a lanzar a lo Colón el dedo índice contra una persona tullida por la calle. Pero si, por ejemplo, eras el detective Gila que descubría a Jack El Destripador en una pensión londinense, no parece certero acosarle con indirectas (”alguien ha matado a alguien… alguien es un asesino”) porque otro ‘alguien’ del pasillo, inocente, podría darse por aludido y provocarle una zozobra (hoy, desequilibrio emocional). Y eso no es de buena educación. Ni justo.
A veces, no señalar es eso: injusto. Porque eleva una acusación particular a la categoría de sospecha colectiva. Y es lo que ha hecho hoy la fiscal Olga Sánchez, que ha aprovechado el relato del informe final del Ministerio Fiscal en el juicio del 11-M para lanzar contra los periodistas ataques genéricos, inquietantes, fuera de lugar, al referirse sin especificar a “personas que pudieron aprobar la carrera de periodismo pero que no tienen la altura y grandeza para desempeñar esta profesión”. Toma juicio.
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Y claro que sé a quiénes se refiere, todos sabemos quiénes son los acólitos mediáticos que han mareado la perdiz política sobre los autores de la masacre a base de Historias de Misterio e Imaginación. Pero eso lo decimos echando la caña en la tasca, no cuando estamos elevando a definitivas nuestras conclusiones provisionales ante el tribunal que juzga la mayor barbaridad ocurrida en España. Si la fiscal tiene tanto respeto por las víctimas, como dice, que actúe como sabe contra quien sabe y donde debe, pero no fumigando a granel desde una tribuna que sabe multimillonaria en audiencia, esparciendo la sombra de la duda sobre toda la nube de periodistas que están trabajando como ella. Y si lo que le pica es una simple libertad de expresión que no constituye delito, que se calle. A mí también me molesta, y mucho, pero me aguanto. O he llorado de rabia, pero en mi casa.
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