El edificio Rambla de la Universitat Pompeu Fabra está donde dice, en La Rambla barcelonesa. Un lugar inmejorable en el corazón de la preciosa capital catalana. Su Auditorio, luminoso, tiene unos ventanales por los que entra la luz y la distracción; la vista se va, sin querer, del escenario interno al externo, donde se ve y se siente el pálpito de tan cosmopolita ciudad.
En este escenario (el interno) se celebran los ejercicios para la Habilitación a Profesor Titular de Periodismo, esas kafkianas pruebas de las que ya os hablé cuando escribí sobre el ladrillo de Ramón.
Ay, Ramón, Ramón. El jueves por la tarde me fui con él para allá, para acompañarle en la exposición que tenía que hacer ante los siete miembros del docto tribunal el viernes por la mañana. Él dice que yo iba de hincha (seguidor, entusiasta, fanático, forofo, fan, incondicional, partidiario). De hooligan, vamos, para hacerle la ola. Pero no. Yo de lo que iba era de carabina, tercera acepción, pero de cañones recortados, para vigilar que ni uno de los Siete Magníficos amagara siquiera con meterle mano.
Pero no hizo falta. Ni quité el seguro. Mi Ramón, más brillante que el arroz, resumió en 45 intensos minutos los méritos que le aplastan como investigador y docente del Periodismo desde hace quince años. Vamos, que perdió el tiempo hablando de lo obvio, que hubiera bastado con que alguien del tribunal nos preguntara a cualquiera de los miles de profesionales que le conocemos y admiramos si el morrosko sirve o qué.
Yo me lo pasé en grande, buceando en ese mundo academicista de loca academia que me fascina por su complicada inutilidad burocrática, o sea, que pierde más tiempo en lo accesorio (los trámites) que en lo fundamental (la investigación). Un mundo de corrillos y camarillas. Pero ya sabéis, ya os dije, que cuando le hago este tipo de reflexiones él siempre me contesta: “Es lo que hay”.
Ramón no se lo pasó tan bien. Han sido muchos meses de trabajo, mucha tensión para, al final, soltar en un ratico toda una vida. Volvimos ayer por la tarde, y él parecía como esa gaseosa a la que le quitas el tapón tras agitarla: fffssshhhhhhhh. A ver si se recupera pronto. A ver qué dicen los Siete Sabios. Esperemos que no sean de esos que se fijan más en si el nudo es Windsor o si la voz del candidato es contundente; de esos que confunden la seguridad en uno mismo con la prepotencia. Fueron ellos los que le pedían pruebas de su capacidad. Y él se las dio con creces.
Como no pase, palabrita, voy a ir a alguna clase de cualquiera de ellos para descubrir en qué consiste la genialidad.
3 comentarios:
¡Qué tipos más a-nekagarris!
¡Ramón campeón! A ver si vamos metiendo guipuzcoanos en la Champions... Y si ponen pegas, desafíales a una carrera de txingas, con cestas de hongos en vez de pesas en cada mano.
-Qué hijo tan inteligente le ha salido a Iñaxio...
-¿Sí? ¿Cuántos kilos levanta, pues?
A ver si tenemos la suerte de tener en Barcelona a ese peazo de profesional...
Yo estuve la semana pasada en Madrid, con Bienve, en la misma habilitación (pero para Comunicación Audiovisual). Y, para mi desgracia, solo constaté una cosa: que importan un carajo tus méritos profesionales. Cuentan más "otros méritos".
En fin, la Universidad española es así.
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