martes, 6 de marzo de 2007

El burro y Gabo

El burro soy yo. El burro por delante pa que no sespante. Porque soy el primero en acusarme de haber caído en la tentación de utilizar su maestría en beneficio propio. Cuando escribí aquella crónica sobre lo del intento de golpe de Estado que presencié en Venezuela, abril de 2002, no pude evitar que mis manos teclearan como arranque:
Tres años después, frente al pelotón que le estaba prendiendo, el teniente coronel Hugo Chávez Frías debió recordar aquella fecha gloriosa en la que al jurar como presidente sintió tocar el cielo. Venezuela era entonces (...)
Gabo cumple hoy ochenta años de vida. Muchos de ellos, soportando que periodistas sin demasiado cerebelo -como servidor- fusilaran, si no a sus Buendías, sí a sus construcciones narrativas. Siento haberme aprovechado de sus palabras para mi propio relato, pero bueno, diré en mi descargo que no me quedó mal, que no me arrepiento, que era un homenaje, que me siento menos culpable de lo que deberían sentirse las pléyades de periodistas que llevan demasiados años titulando sus textos, mayormente, daquesta forma:
  • Crónica de una (destitución, crisis, derrota, opa) anunciada
  • El (ministro, presidente, concejal, traidor, tránsfuga) no tiene quien le escriba
  • El (televidente, entrenador, accionista, profesor, jugador, socialismo) en su laberinto
  • (Diez, Veinte, Treinta, Cuarenta, Cincuenta, Sesenta, Setenta, Ochenta, Noventa, Mil) años de soledad
  • El otoño del patriarca (así, a palo seco, para aplicar a cualquier mandamás al que se le apaga -o apagan- su estrella)
  • Relato de un (prófugo) (pena de tránsfugo, otra vez)
  • Memoria de mis (rutas, frutas) tristes
  • El (pacto, perdón, progreso, héroe) en los tiempos de cólera
Y para qué seguir. Estos ejércitos de creativos no es que no supieran hacer ingeniosísimos juegos de palabras con Del amor y otros demonios o Noticia de un secuestro o con cualquier otra, sino que sabían que a sus lectores les costaría reconocer esa obra, reconocer su creatividad de periodista ilustrado.

Yo descubrí Cien años de soledad en mi adolescencia devoralibros, cuando no tenía ni pajorela idea -ni me importaba- quién era el autor. No me la enseñaron en Literatura -qué tiempos-, sino que fue mi tía Julia quien me la presentó, algo que nunca podré pagarle. Esa montaña de páginas me separó el antes del después.

Durante muchísimo tiempo -como una especie de reencuentro con él, conmigo- me propuse, y conseguí, hacerme una revisión literaria periódica, que consistía en volver a leer esa su mi obra maestra cada dos años. Ahora llevo cuatro o cinco que no lo hago y hoy, aunque solo sea para felicitar a ese endiablado y adorado maestro, me prometo rescatar mi sobada edición de los Cien de la estantería y sumergirme en el mágico mundo que me regaló hace tantos años. No necesito una nueva edición revisada. Para revisor, servidor.

2 comentarios:

Nahum dijo...

¿Débora? ¿Quién es esa Débora, Don Francisco?

A ver si la hortografía va a acabar por devorarle a usted...

Paco Sancho dijo...

¿Lo ve usted? Soy el burro. Gracias por sus prismáticos.