domingo, 6 de abril de 2008

El extraño caso del alcalde que se despertó muerto

Desde hace varios meses circula por algunos blogs brasileiros un compendio de textos publicados en periódicos de Río de Janeiro y que son para partirse. Ahora me los ha refrescado mi querido Óscar, director de mi querido Última Hora de Paraguay, unos textos que traduzco aquí con mi modesto portuñol y con la ayuda de mi compadre Armando. Qué bueno es que los periodistas sepamos reírnos de nosotros mismos.

Lo que pasa es que a mí, a la vez que me parto, me entra la zozobra ante determinadas informaciones. Por ejemplo, está claro que si un periodista escribe que la policía y la justicia son las dos manos de un mismo brazo es sencillamente que se ha liado con lo de las frases hechas; y, en otros casos, se intuye que no se ha resistido a una de estas mismas frases hechas porque le venía a huevo: en el pasillo del hospital psiquiátrico los enfermos corrían como locos. Vale, vale. El problema, mi zozobra, empieza al comprobar lo escasitos que andan algunos periodistas de matemáticas básicas, de culturilla general; vamos, que si es difícil de entender que el aumento del desempleo fue del 0% en noviembre, más lo es descifrar que el presidente de honor es un joven septuagenario de 81 años y, mucho más, cuadrar que los siete artistas componen un trío de talento. Y si lo de los números es un lío, no digamos la geometría: el accidente se produjo en el triste y célebre Rectángulo de las Bermudas.

Pero no es solo cuestión de culturilla general o, sin más, sentido común. Un problema típico en los periódicos surge cuando mueves a un redactor de una sección, en la que lleva tiempo, a otra que desconoce. Me da la impresión que es lo que debió ocurrir con un periodista de Economía al que pasaron a Local aunque, ni así, entiendo qué carajo querrá decir al escribir que a pesar de que la meteorología sigue en huelga, la temperatura descendió ayer intensamente. Y si a un periodista que lleva tiempo haciendo Tribunales lo mueves a Sucesos no evitarás que aquí siga siendo prudente y todo sea presunto hasta que haya sentencia firme; por eso, se muestra de lo más cauto y publica: cuatro hectáreas de trigo se quemaron; en principio, se trata de un incendio.

Bien, bien, hay que ser prudente, di que sí. Pero una cosa es amarrar para no errar y otra, muy distinta, provocar esa zozobra a la que me refería al principio. En algunos casos no pasa de tratarse de textos para el chiste fácil (después de algún tiempo, el agua corriente fue instalada en el cementerio, para satisfacción de los habitantes) pero, en otros, se juega con cosas más serias, si es que por ejemplo se escribe que la nueva terapia trae esperanza a todos los que mueren de cáncer cada año.

Habría que ser más exactos, sin duda, pero tampoco es como para que el periodista (perdón por este otro chiste fácil) se cure en salud y escriba que la mujer contrajo la enfermedad en la época en que aún estaba viva, para asegurarse de que dice la verdad y solo la verdad. Aunque vete a saber, en el supuesto de que sea la misma protagonista de la noticia que decía que parece que ella fue muerta por su asesino. Como ven, siempre en el hilo de la duda, cuando no del misterio: la víctima fue estrangulada a cuchilladas, dice un periodista, mientras otro cree que en el mundo de los homicidios el orden de los factores no altera el producto: el viejo jubilado, antes de apretar el cuello de la mujer hasta la muerte, se suicidó.

De lo que sí podemos estar seguros es de que hubo víctima mortal, porque un periódico nos asegura que cuando llegó la Policía, el cadáver se encontraba rigurosamente inmóvil y otro hasta nos ubica a la víctima y su circunstancia al escribir que el cadáver fue encontrado muerto dentro del coche. Imagino que, con semejantes antecedentes, ni un solo carioca movería una ceja al leer en su diario que el alcalde (de una ciudad del interior) se fue a dormir sin novedad, pero se despertó muerto.

Errare humanum est. Por eso, lo que de verdad honra a un periódico es que sepa reconocer sus errores y pida disculpas a sus lectores. Aunque, a veces, lo haga sin mucho convencimiento: Nuestros lectores nos disculparán por ese error imperdonable.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno, Paco. ¡Me he desatornillado de risa!