Los aeropuertos son tremendos cementerios de horas enterradas vivas. Los aeropuertos son campos de concentración consentidos por seres de mucha vida que matan su irretornable tiempo, con lágrimas de impotencia y resignación, por orden de la superioridad. Los aeropuertos son un denigrante gulag al que nos ha mandado a todos alguien que ha vencido en la guerra pero no se le reconoce, que es el terror.
Los terroristas mataron a muchos en las torres gemelas pero nos encarcelaron a todos y son ellos los que han cumplido con su objetivo, que no es otro que conseguir que del primero al último vivamos con pavor: los inocentes tienen miedo de los malos, los malos de los buenos, los buenos de los inocentes. Los buenos, en realidad, no pasan de presuntos, porque permitimos que maten nuestro tiempo en colas interminables y de antelación absurda para llegar a un control donde nos humillan hasta dejar en calcetines y con los pantalones al pairo, mientras clavan sus ojos sabuesos en el cogote, como si ya de por sí fuera poca la tensión malabar que hay que hacer para sujetar las tres bandejas que llevan ordenador, cinturón, chaqueta de marca, reloj, gafas y centavos. Y que no pite, Dios mío. Los estados de derecho han invertido su orden y ahora todos somos culpables mientras no demostremos nuestra inocencia.
Entramos, después de la gran humillación, en los corredores de la terminal, que son los de la dignidad terminal, donde ejecutivos multiculturales y madres multirraciales con críos al pecho caminan con la cabeza gacha, todos denigrados, mientras cumplen tan absurda condena mirando escaparates que les aburren y comprando bobadas que no necesitan y que además deberán tirar en el siguiente control porque viajar con eso no está permitido.
La estampa de los aeropuertos es la prueba viviente de que el terrorismo ha podido con todos nosotros, con el que manda y con el que obedece. Se invierten millonadas en todo menos en saber cómo detener con efectividad a un solo terrorista sin tener que humillar a millones de ciudadanos que pasan miedo, verdadero miedo, y que les provoca no solo el terrorista de carné.
3 comentarios:
Paco, pues yo no sé qué tengo con los aeropuertos, pero me siguen fascinando. Será que los piso más bien poco.
Sobre el asunto de la seguridad se ha escrito algo*, pero es suficiente. Me dan mucho miedo todas estas imposiciones de "lógica aplastante" que se asumen sin debate.
*) En esto, el eurodiputado Guardans es mi héroe: Aeropuertos y legislación secreta, Bombas de desodorante, Un eurodiputado denuncia a dos agentes de El Prat por descalzarle, etcétera.
...NO es suficiente, quiero decir.
Gracias por los enlaces. El tema lo voy a convertir en consigna.
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