martes, 17 de abril de 2007

Don Conradone

Desde la izquierda: Salomé (2002), Facundo, Pilar madre (1972), María (2005), 'el austriaco', Miguel padre (1988), Pilar hija, Miguel hijo (2000), Paco (1995), Lola, Conrado y José Luis.

En diciembre de 1988, cuando casi tenía a la vista la meta de los Cien Años Libres, se nos retiraba de la carrera el yayo Miguel (Calanda, 17 de junio de 1890). Así que le hicimos agarrar el testigo a su primogénito, Conrado, porque algún abanderado necesitábamos para guiar a semejante mesnada de Sanchos siempre en tropel: 9 hijos, 48 nietos, casi 80 bisnietos... ad lateres.

Lo del tío Conrado [tío en acepción familiar, no coloquial] es una epopeya vital que en este abril alcanza los 90 años. La vida le ha dado grandiosas alegrías y terribles tristezas. ¡Vaya valle de risas y lágrimas! Pero, siempre, más fuerte que una roca. Es, de verdad, de las personas más fuertes que he conocido en mi vida.

Sanchada en el Monasterio de Piedra, 17 de abril de 1997.

Hace ahora justo diez años, y organizado por sus directos, le montamos una fiesta de 80 cumpleaños en el Monasterio de Piedra que por poco nos cuesta un disgusto de lo emocionado que quedó. Pero qué va. Como un roble.

Para la ocasión de estos 90 también hubo amago de acto grandioso, pero alguien con dosis de sensatez dijo que "emociones, las justas". Así que no hace falta estar juntos para estar juntos. En aquella ocasión le hicimos un cartel titulado 'Todos Conrado' y a mí en ésta me hubiera gustado tener de fondo la banda sonora de 'El Padrino' porque siempre he sentido su perfume embriagador. Todos lo hemos sentido, creo, y tendría muchas cosas que decir de sus tropecientos hijos, nietos y bisnietos... y de quien ha sido su Consuelo. Pero hoy no.

Yo vivo porque mi tío Conrado hizo la guerra y mi padre, cuatro años menor, se empeñó en dormir con él para que le contara las aventuras de un alférez recién estampillado que regresaba a casa ese día, 5 de mayo de 1937, horas antes de que en la madrugada del 6 cayera una demoledora bomba sobre el domicilio familiar de Torrenueva 30, en Zaragoza, y el techo partiera en dos la cama en la que debía estar durmiendo mi capitán de quince años. O sea, volvemos a lo mismo, le debo la vida a tío... y a mi abuela Pilar que accedió a ese irresistible conchabeo fraternal.

Qué imprescindible es, el tío. Y, aunque suene mal en estos tiempos de penuria léxica, sigo diciendo con todo el corazón, stricto sensu, te quiero, tío.

1 comentario:

Sincopado dijo...

Ja, ja. Muy bonito, Paco, en tu línea. El cierre me parece genial.