martes, 8 de abril de 2008

La mirada (4): así lo hicimos

A los catorce años debuté en un escenario. Fue con Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Representábamos esta obra no por motivación política, qué va, sino porque mi colegio era machero (no mixto) y el repertorio de piezas para elegir era como que limitado: la Escuadra, los Doce hombres sin piedad y poco más, porque no había guapo que se atreviera a ser, qué sé yo, Julieta. Mi interpretación protagonista en la piel del cabo Goban fue muy aplaudida por todo el público presente, y recuerdo que hasta la inolvidable María Crespo me dijo, en persona: “Muy bien, hijo, ahora a merendar”.

Poco tiempo después, en noviembre de 2007, me hicieron una oferta para volver a los escenarios que no pude rechazar. Y no tanto por el dinero, que siempre motiva y eleva tu caché, sino por el conjunto del proyecto: esta vez no era teatro sino ante las cámaras, con un guión de lo más progresivo hacia la entraña del alma y realizado por un equipo humano de primera magnitud. Se trata, ya lo habrán adivinado, de ‘La mirada’.

El papel que me ofrecieron me hizo estremecer. ¿Sería capaz de sacar todos los matices al personaje del padre bueno/cruel? ¿Podría mantener la intensidad dramática entre escenas oscilantes entre el candor y la crueldad? ¿Aguantaría, sin derrumbarme, con asumir que lo que el director esperaba de mí era la maldad, pero una maldad creíble desde la cotidianidad? ¿Conseguiría transmitir al espectador ese drama de la relación familiar salpicada por el infortunio y el sino del ser humano sin que perdiera el clarísimo hilo del relato?

Decidí pedir celda en el Monasterio de Veruela para recluirme quince días y ver si se me pegaba algo de inspiración a lo Bécquer, pero nadie contestó a mis llamadas a la centralita del cenobio. Inquieto, aposté entonces por entregarme a Ceac y apuntarme a su Método Stanislavski por Correspondencia en Siete días y surtió: el padre poliambivalente que dormía en mí salió a la superficie y así pude enfrentarme al papel de mi vida, con el consabido éxito de crítica y público.

Y por si fuera poca la recompensa emocional que supuso el darme la oportunidad de enfrentarme a mi otro yo y salir airoso, con lo que eso ya de por sí ha cambiado mi vida y percepción, hoy he recibido una sorpresa que, lo confieso, me ha hecho llorar: el impagable equipo de ‘La mirada’ me ha regalado el making of, que comparto con todos ustedes sin más palabras.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene gracia. Realmente soy tu otro yo. A los 14 años ensayé la misma pieza de teatro en un colegio también masculino y poniéndome en el papel del mismo personaje. Sólo que nosotros no llegamos a estrenar. Y esto marca mucha diferencia. ¿No habrás estudiado en los Salesianos?

Paco Sancho dijo...

No, Casi Yo, qué pena. Soy de los pioneros en Fomentar porque, precisamente, mis padres fueron sabios (una vez más) y me sacaron del Instituto al darse cuenta de que mi problema no era el de estudiar dónde sino el de estudiar cuándo. Pero en mi próxima vida me matriculo en los Salesianos, a ver si te alcanzo.

Y hablando de progenitores: un beso sentido a los tuyos. Esperamos crónica dominguera, que ya leeré desde SP, Dm, donde te relevo, ya sabes.