domingo, 25 de mayo de 2008

Salvémonos de Eurovisión

La web oficial de la televisión pública española tiene, no ya como eslogan sino como título propiamente dicho, un rosáceo ‘Salvemos Eurovisión’. Y uno se pregunta: ¿por qué carajo tendríamos que salvar tan embalsamado festival? Yo aplaudí a rabiar la genialidad de la factoría Buenafuente que, con su frikinvento, dinamitaba donde más les duele a los engolados prebostes del ente público: un intento genial para acabar con una parida rancia de puro caducada, pero que es una fábrica de billetes para los bolsillos de siempre. Lo que pasa es que al Andreu le salió el cartucho por la culata y a todos nos entró tanto la risa que terminamos por avalar la payasada hasta sus últimas consecuencias.

Los fariseos se rasgan las vestiduras diciendo que qué bochorno hemos hecho al enviar al Chikilicuatre a Belgrado. A ver: que el ridículo lo llevamos haciendo de lejos; que la gamberrada del ‘perrea perrea’ está a la altura, cuando menos, del ‘quién maneja mi barca’ o del coro de triunfitos con acento de Home English. Que los tiempos cambian pero la naftalina permanece. Y no ya solo la de los patrios representantes, sino la de toda su corte: que resulta que Uribarri ha resucitado con sus grititos de yupiyupi por un voto de San Marino, que Rafaela Carrá vive, tú, y conduce galas para llamar a Carmen Sevilla y a Ramoncín para que opinen sobre el injusto puesto en el que ha quedado España. Ah, y Boris.

Al festival de Eurovisión da igual que lleves el Mediterráneo de Serrat que la Ramona de Esteso. La Europa multicultural de ahora está dominada por los países atomizados del Este, que han convertido aquellas galas de casi andar por casa, con una docena de voces, en un gallinero reivindicativo donde los mayoritarios tovarisch parecen decirle al todopoderoso occidente: se siente, pero nos votamos entre nosotros. Y el bacalao está vendido antes de subir el telón. Pero qué más da: para los regidores del ente público lo importante es que dejemos dos cosas: el pabellón bien alto, y la pasta en inútiles SMS.

Y en lo artístico, para terminar: si Rodolfo Chikilucuatre y su corte han hecho el ridículo, me gustaría saber cómo cabría calificar a los ganadores rusos: un cantante más exhibicionista que el Boris, un ambiguo trovador con Stradivarius y un Depardieu/Obelix con patines de hielo y complejo de reinona, escenificando una canción mala de narices, pero en inglés, por supuesto.

Andreu: piensa algo, va.

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