Un puñado de rosas.
Cuando febrero se cierra, Amelia cumple años. La conocí en el verano del 75, pocos días después que a su hija. Eran tiempos, snif, en los que los novios -o mejor los pretendientes- tardaban su tiempo hasta tener luz verde para subir a casa de ella. Allí arriba, mil ojos eran para uno solo: del padre, de la madre, de la hermana, de los hermanos, de las cardelinas y de los dos perros. (Sobre todo del Vip. El recordado can de fiera pinta no me quitaba ojo. Cenábamos, y no me quitaba ojo; veíamos la tele -¿qué echaban en el 75?- y no me quitaba ojo. Fue, de la casa, el que más tardó en darme su okei. Luego, tan amigos).
Pero hablábamos de Amelia, la mujer con los más bellos ojos de un verde imposible. Con ella a mi lado siempre me han sorprendido los topicazos chistes sobre las suegras. Yo adoro a esta mujer. Y me consta que ella también me quiere un poquitín. Cuando aterrizo, lo primero que me dice Ana es: "Llama a mi madre". La mujer, me consta, le ha bombardeado en las últimas horas a base de
-¿Ha llegado ya?
-No.
-¿Está en casa ya?
-Nooo.
-¿Cuándo llega?
-Mañaaaaana.
-¿Ha llegado ya?
(...)
Siempre la he tenido cerca. Ya desde el principio familiar pasaba largas temporadas con nosotros: primero, en Bilbao; después, en Murcia, Palma, otra vez Murcia, Madrid, Zaragoza... (¡Dios santo qué mareo!) y, por supuesto, en Jaca: pocas personas conozco yo que le hayan sacado mayor y mejor partido a esos veranos pirenaicos. Sus nietas eran, y son, lo primero; qué rabia.
Amelia es una trabajadora incansable. Hasta que sus ojos comenzaron a jugarle malas pasadas cosía de muerte. Poca plata gastamos en casa en vestir a las niñas. El truco era: iba a la tienda de moda infantil más pija de Bilbao, hacía como que se interesaba por un vestido en concreto y, mientras la vendedora se lo enseñaba, ella lo que hacía era aprendérselo de memoria. Luego, tras un amable "gracias, pero de momento no, que es muy caro", cruzaba a la tienda de telas, compraba por dos duros la más mejor y, en casa, zis-zas zis-zas... alehop!: las niñas con sus vestidos "de marca". A mí me hizo una camisa verde con rayas blancas, de cuello de tirilla, que menuda rabia me dio cuando me obligaron a jubilarla a los doscientos años.
Hace algún tiempo se fracturó la cadera en una desgraciada caída casera. Desde entonces tiene más limitados los movimientos, pero no la voluntad: hace sus ejercicios, se mueve lo que puede. Hoy está triste porque uno de sus queridísimos hijos se ha ido. Y yo estoy triste porque, como ando donde ando, el lunes no pude acercarme a felicitarle, a comerme con ella el bizcocho de naranja, a comérmela a ella a besos.
2 comentarios:
Mi padre me suele decir que no hay que escribir bonito, sino saber escribir bien. Claro, él lo dice porque es periodista..,y sino qué ejemñlo me va a dar, a mí, la que salió por otra rama distinta de las letras y decidió ser enfermera..
Cuando las cosas se ponen serias, y el tema a discutir es profundo, opto por meter su opinión, ya que un día se lo dije, y nl es que no se enfadara, sino que le hizo mucha gracia, cuando no le hace tanta, me saca al balcón, o en su lugar al descansillo, que por lo menos no hace tanto frio.
Todo esto viene a lo de escribir bonito, ya que leo las cosas que publica aquí y entonces le digo, ¿escribir bien?, si lo que escribes es una maravilla, con lo de mi tio Javier lloré de emoción, con lo de mi abuela he vuelto a llorar de emociión..eso no lo hace una persona que escribe bien..eso sólo lo hace una persona, mi padre. Sólo puedo añadir, aita: ¿es como de llorar?
La respuesta en el siguiente capítulo...
Te quiero.
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