miércoles, 18 de febrero de 2009

Cuando vienen y cuando se van


Durante un puñado de días en algún tramo de los años 70, del superpuerto de Bilbao estuvieron entrando y saliendo los mismos mercantes. El buque Nochet de Chile llega con nitrato, el carguero Fozka de la URSS atraca con sustancias químicas transparentes, y salen el panameño Noniega cargado de plomo y el español Constructor con ladrillos. Más o menos. Un día sí y otro también. Hasta que algún lector, escamado, llama a su periódico en el que lee todos los días la misma información en las páginas de Agenda del Día, y pregunta que cómo puede suceder tamaña moviola digna de Atrapado en el tiempo. O sea, si todos los días no echan lo mismo en la tele, que cómo es posible que echen cada mañana los mismos barcos.

Eran tiempos de prensa matutina y vespertina. Periódicos para las noticias de la mañana y otros para las de la tarde. Así que el cansino redactor encargado de hacer todas las tardes las llamadas al superpuerto, para actualizar la agenda en su matutino, decidió que para qué hacerlo, si en el vespertino recién editado ya venía toda la actividad portuaria matinal: copiar y pegar del vespertino. Lo que pasa es que el aburrido redactor de la agenda del vespertino había decidido, en redacción sincronizada, que para qué llamar al puerto si en el matutino ya venía lo ocurrido: copiar y pegar la información del matutino.

Lo preocupante no fue que, en ambos casos, los presuntos redactores denigraran su profesión por abandonar su obligación, sino que esa desidia dejaba a sus jefes con las vergüenzas profesionales al aire, al resto de sus plantillas de Redacción a la intemperie de su nula credibilidad y a cualquier integrante de esas dos sociedades anónimas a la sombra de la duda sobre si estaban haciendo periodismo o periódicos, que no siempre es lo mismo. Fue un lector, un comprador, un cliente el que tuvo compasión y corrigió el ¿error? No hubo investigación ni se pidieron responsabilidades. Los empresarios de los dos periódicos, al saber de la barbarie, corrieron como locos a ver cómo había repercutido esa miseria informativa y organizativa en su cuenta de resultados. Resultado: las ventas permanecían estables y la publicidad no se había resentido. O sea, no había pasado nada.

Hoy, más de uno que se hizo rico cuando debió hacerse poderoso, pide ayudas al Estado en aras de... en aras de... ah, sí, la credibilidad, el rigor y el imprescindible papel de los periódicos en la construcción y el futuro de la democracia. Lloran como contables lo que no supieron defender como editores.

A lo mejor es el momento de reconstruir: si se debate sobre el valor de la información y de quienes la suministran, puede que se esté enfocando el futuro. Hoy se reirán los que leen lo del matutino y vespertino, pero de ellos se van a reír mañana por la mañana los que oigan eso de que son multimedia. Con independencia del medio, siempre serán necesarios los periodistas valiosos que suministran información imprescindible para un público que la precisa. Y para conseguir todo esto, tan obvio, se necesitan empresarios que no se regocijen con las gordas y lloriqueen con las flacas. Empresarios que quieren atrapar la excelencia y no ser atrapados por el Excel.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tenemos que reinventar el periodismo para que la gente vuelva a él, se interese y encuentre contenidos que le ayuden a informarse y a entender el mundo. No sólo es culpa del editor apoltronado. También de todos nosotros que, como lectores o periodistas, seguimos sin dar el paso.

Exigir información veraz de calidad, exigirnos proporcionarla.