miércoles, 30 de enero de 2008

30 desde aquel 30

El lunes 30 de enero de 1978 hacía un frío que pelaba por toda España, pero sobre todo en Navarra. Nieve y hielo a tutiplén. Llegar hasta Gazólaz, un pueblico a tiro de piedra de Pamplona, se convirtió en una gesta digna de ser firmada por Amundsen. Ni qué contar para quienes tuvieron que acercarse desde Zaragoza.

Sinceramente, no recuerdo cuándo recibí la pedrada, en qué momento se me ocurrió casarme en lunes, en invierno y en una iglesia románica que, con sus ocho siglos de existencia, parecía más un congelador que un templo. Una obra de arte, sí, pero de helarte. Cuando llegué y comencé el ritual boderil, esto es, esperar a la novia en el umbral, temblaba tanto que algún primo (carnal) me preguntó si eran los nervios. Claro, como todos iban bien abrigadicos, creían que yo lucía en traje de novio por gusto y tan confortable, y que mi castañeteo era de origen folclórico, mayormente.

La novia llegó con abrigo de pieles porque las novias se visten como quieren y no desentonan. El cura, mecagüen, se encargó encima, el muy feminista, de que la única estufa de gas prendida en la nave enfocara a ella y a la madrina, dejando al padrino (tan tonto como yo, en traje fino) y a servidor como dos cubitos supinos. O sea, a ver si se me entiende: como que me alegré de que la ceremonia fuera tirando a rápida.

Nuestro banquete de bodas fue de surrealismo bajoaragonés: allí todos, apiñadicos en el teleclub del pueblo, dando cuenta de los pintxos y un cóctel de champán que al final hizo de radiador. Y luego, parte del séquito, a por una costillada en ‘El Tremendo’ de Zizur (mi padre le llamaba ‘El Atroz’, pero no por chiste sino por típico perfil de genio despistado). Y la tarde se fue en ires y venires hasta que llegó la hora de cenar, en otro asador, antes de seguir de marcheta, con el pelotón que se iba diezmando por hora, hasta el amanecer. Y por si alguien pregunta que no es posible, contestaré diciendo que entonces los garitos cerraban cuando se les pasaba por la barra, y además puedo aportar testigos allá donde fuera menester.

Entre los tesoros que guardo de aquella maratoniana singladura sobre hielo, y son muchos, resobo con periodicidad el recuerdo que guardan quienes nos acompañaron aquel día y que hoy siguen diciendo, treinta años después, que es la mejor boda a la que han ido, por informal y divertida. Y no, no los tengo a sueldo.

Los novios terminamos a las tantas, buscando un hotel que nos acogiera porque, desde lo de la pedrada, se me había olvidado hasta el concepto reservar. Al final nos acogieron en uno, y eso que el recepcionista no tenía cara de creerse que el Libro de Familia que le enseñaba fuera auténtico. Cosas del 78.

La novia, a día de hoy, tampoco recuerda cuándo recibió la pedrada que le conmocionó hasta el extremo de llegar a casarse con un tipo como yo.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades, Paco!
Y a la señora de usted también, por supuesto!
Un saudiño.

Anónimo dijo...

¡Qué historieta! Las bodas en enero es lo que tienen. Mis padres también se casaron en enero.

Bueno, pues ya veo que la pedrada fue certera y dura. ¡Felicidades!

P.D.: Por cierto, ¿y esa entrada en la wikipedia sobre su progenitor?

Paco Sancho dijo...

Pues sí, certera y dura... y con consecuencias: una de ellas la tienes de compañera de pupitre :)

La entrada: la abrí yo y la han ido completando algunos de sus miles de discípulos.

Paco Sancho dijo...

¡Ah! Y gracias, Xan.

Anónimo dijo...

Zorionak Pacotto eta señora. Gran detalle, gran historia.
Spider

Anónimo dijo...

Zorionak Pacotto eta señora. Gran detalle, gran historia.
Spider

Paco Sancho dijo...

Eskarrikasko, Spider.
Eskarrikasko, Spider.

Anónimo dijo...

30 años... qué barbaridad.

Felicidades again

Ander Izagirre dijo...

¡Felicidades! Lo mejor es que al leerte se percibe que no sientes esos 30 años como si fueran 30 años y un día. ¡Ole!

Ander Izagirre dijo...

¡Felicidades! Lo mejor es que al leerte se percibe que no sientes esos 30 años como si fueran 30 años y un día. ¡Ole!