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Esta imagen la grabé al caer abril, en uno de tantos regresos a casa. A mí me sugiere demasiadas cosas y por eso no las voy a escribir. No conozco al protagonista pero no pude resistirme a guardármelo para siempre.
Tengo mis dudas sobre si esta iniciativa va a tener eco, pero de verdad me encantaría. Me encantaría que los lectores del rincón recreasen una historia basada en la foto: un microrrelato que, como Pedro de Miguel en su día definió en El Mundo, es un arte pigmeo. No sé, estoy pensando en un máximo de cien palabras. El primero, por romper el hielo, seguro que tiene premio. Y al resto (si llegan) los votaremos entre todos. No hay límite por autor.
9 comentarios:
Me apunto, cómo se hace
Sugerencia: escribir el relato en Word, comprobar que no supera las cien palabras, copiar y pegar como respuesta aquí mismo, precedido de un título en mayúsculas (por ejemplo, LA MIRADA).
DISYUNTIVA
Al fin el tren empezaba a moverse. Parec�a imposible que lo hubiera conseguido, tan f�cil, tan r�pido. No hac�a ni dos d�as estaba a punto de ser encarcelado por alg�n delito sin fundamento, y ahora, estaba saliendo del pa�s hacia un destino mejor. A sus ochenta y pico a�os, el pobre p�rroco estaba tan emocionado que apenas pod�a sostener el billete entre sus temblorosas manos.
En ese momento le vinieron a la cabeza los cientos de feligreses que dejaba atr�s, a merced del mal. No lo dud� ni un momento. Se levant� de su asiento y se baj� del tren.
CUESTIÓN DE TIEMPO
Hay decisiones que comprometen a la vez el futuro y el pasado. Yo dispuse de 48 horas para tomar la mía: dos días de dudas y penumbra que me tuvieron asomado a la vez al precipicio de un futuro incierto, novedoso, sólo a ratos prometedor, y a los recuerdos de una vida que había sido en realidad una vocación que me trascendía y que en los momentos de mayor lucidez tornaba insignificantes y escasas todas mis vacilaciones. Cuando volví a ajustarme el alzacuellos tuve la certeza de que había acertado. Más aún: supe que alguien me había empujado muy suavemente hacia el acierto. Todo lo demás ya no me importa. Creo que recuperar la sonrisa será sólo una cuestión de tiempo.
HENRY MORTON ROBINSON
EL NEGOCIADOR
Pasarán kilómetros pero seguirá sin entender por qué esa madre no dejó que ayudara a su hijo. Él, que lleva tantos años de negociador, unas veces con éxito y otras no, nunca se había enfrentado a una madre que le dijera llorando, como ella lo hizo: “Déjele que le maten, padre, déjele que le maten”. Y claro que le mataron, con el mono puesto, cuando amagó con asomar por la trasera de la sucursal. Le absolvió en su charco de sangre y, cuando se iba impotente para la estación, escuchó que la madre decía “gracias, Dios mío”.
Sigilo
Nunca me había pesado el sigilo sacramental hasta que aquel hombre de mirada esquiva y acento extanjero se asomó a la penumbra vespertina del confesionario y me susurró con prisa los detalles del crimen. Cuando revelé a la policía dónde estaba el cadáver, todas las sospechas se precipitaron sobre mí: al fin y al cabo, nuestra familia acumulaba décadas de animadversión y agravios contra la víctima. Era improbable que el secreto de confesión sirviera de coartada. Al menos el juez me ha concedido el privilegio de cumplir la condena en una cárcel lejana y pequeña. Estoy viajando hacia allí. Tengo algo de miedo, pero creo que debería estar contento.
Marina García de Galdeano
¡Qué emocionante, Paco! ¿Hay límite de relatos?
Se me ocurre uno hiperbreve y otro corto. Sé que ese hombre siempre lleva dos cosas en la maleta, únicas e imprescindibles. Nunca fallan. Y no se ha desprendido de ellas desde que tenía 13 años ni lo hará hasta que le den tierra y vaya con Dios.
Saludos.
Y... en breve publico. Aunque eso que he puesto bien podría ser un microrelato también, jeje.
Por cierto, la foto 10. Para ser una foto robada me encanta.
6 de Julio.
El aire se me hizo más irrespirable y mi sensación de asfixia se agudizó al cruzar hacia los andenes. En quince minutos salida con destino Pamplona. Caminé cansado hacia el tren inmerso en el bullicioso y alegre ajetreo del anden número 4.
El txupinazo había llegado hasta Madrid. Alcancé mi vagón abriéndome paso entre tanto navarro impaciente. Asiento con ventanilla. Por fin pude sentarme molesto por cuanto me rodeaba. Enfrente una cara diferente, equilibrada, distante de todos, aparentemente también ajena a lo que le rodeaba. Oí el clic. Era un japonés y me había sacado una foto. A mis años.
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