domingo, 7 de octubre de 2007

Calarse de historia

Si mi tito el Fuerte se hubiese enfrentado a Rusia seguro que habríamos ganado el oro porque, con diez centímetros más que Gasol, a ver qué camaradich lo tapona. Sí, sí, mi ancestro medía 2,25 metros; lo dicen, lo aseguran, porque así está sellado en manuscritos de la época, donde certifican que un fémur del rey medía 60 centímetros. Yo he probado a medirme uno propio, a ojímetro, y es deprimente. Entre eso y lo bestia que era, que se cargó a espadazos las cadenas que protegían al jefe moro Miramamolín (que con ese nombre cómo no le van a partir la cara) en la batalla de las Navas de Tolosa, yo he devenido en Sancho el Acomplejado. Confesaré sin más que, al establecernos en Pamplona, elegí la calle Serafín Olave, que es la primera paralela a la avenida Sancho el Fuerte pero mucho más chica. O sea, parientes y cercanos, pero con respeto.

Hemos refrescado algunos datos de ese siglo XIII en un paseo por Roncesvalles y Valcarlos, donde las nieblas se instalan como boinas otoñales y tiran un calabobos que cuando lo pillas es cuando entiendes su nombre.

Toda la magia histórica en el entorno de Roncesvalles, sin embargo, se intuye desde cinco siglos antes cuando, en el verano del 778, los vascones dieron pal pelo en un ataque sorpresa al ejército de Carlomagno, hasta entonces invicto. El Cantar de Roldán se encargó de inmortalizar y agigantar la gesta. Ay, qué mala suerte también la de los Roldán, con ese antepasado héroe, “ejemplo de caballero cristiano digno de emulación en plena época de cruzadas y reconquista”. Ahí estuvo Roldán, sí, caballero de Carlomagno, caballero hasta la muerte porque, malherido, siguió tocando desesperado su olifante en busca del 7º de Caballería e intentando romper su espada Durandarte para que no cayera en manos de sus enemigos.

Hoy Roncesvalles huele a peregrinos porque es el punto de partida para muchos que quieren llegar hasta la tumba del apóstol; peregrinos de todas las edades y nacionalidades a los que se les desdibuja algo la sonrisa cuando ven el primer cartelón en la carretera y que se entiende en todos los idiomas: “A Santiago: 790 kms.”. Y mientras calientan diciéndose unos a otros, en sus respectivos idiomas, “arrancamos o qué”, Roncesvalles les cobija con su posada y hospital, sus mesones y sus montañas de piedras que son historia viva: el Claustro, la Sala Capitular, el Silo de Carlomagno, la Iglesia de Santiago y, por supuesto, la joya entre las joyas que es la Colegiata de Santa María, una pequeña catedral construida en torno al año 1200 en la que, según sentencian los entendidos, “sus bóvedas de seis nervios, los pilares cilíndricos y grandes rosetones laterales nos remiten al primer gótico parisino, elegante, sencillo y armonioso, con espesos muros”.

Yo no lo hubiera dicho mejor.

Hemos dejado un álbum de la excursión en Flickr.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, vaya. Magnífica excursión. Hace exactamente una semana, el anterior fin de semana, estuve justo al otro lado del paso de Lepoeder -donde cayó Roldán- y donde las mismas nubes se enredan en las montañas a un lado y otro de Navarra, la alta y la baja, española y la francesa. Apenas unos kilómetros más adelante de Roncesvalles, subido a lo alto de la fortaleza de San Juan de Pie de Puerto (o el evocador autóctono Donibane Garazi) se veía el paso entre las montañas y a los peregrinos que enfilaban hacia la colegiata. Hable con unos suecos que me dijeron que iban a 'Orrangagraga' o 'Ordarranga' o 'Mondregada'... Les pregunté si iban a 'Orreaga' y se les iluminó la cara. Comenzaban el viaje hacia Santiago. Unos parajes realmente fascinantes: Roncesvalles, Burguete, Valcarlos, Arnegi, Aldudes, Urepel, Orbaitzeta, Etxerenzubi...

Lo mejor de todo: que llegué hasta allí en tren.

Un saludo, Pacotto.

Sonríe dijo...

Me encanta Roncesvalles.
Menudas fotos, son preciosas.
Isa.