‘Los impecables de Cotillas’ llevaban tiempo ensayando: a la batería, Josema, un camarero ambidiestro que fue el primero en invertir sus propinas en una Roland de bombo y platillo; Juan Luis, el bajo, al que se le adjudicó el instrumento medio en broma por su estatura, pero al que sus padres terminaron por dotarle con una Hofner muy maja para que diera la talla; Vicky, la exemigrante hispanoalemana, que, además de estar bien, se traía de Frankfurt un rimbombante teclado electrónico de marca germana y que ponía a disposición del grupo con la condición, eso sí, de que le dejaran hacer coros; y Alfredito, el hijo del guardabosques, que era muy polivalente como segunda voz y que avanzaba mal que bien en el curso por correspondencia de ‘Andrés Segovia con CEAC’ y que por lo menos tenía guitarra desde que formalizó por correo la matrícula.
Lo importante es que, ahora que Onofre estaba completo como hombre y como músico, el pueblo de Cotillas, tan desconocido al sur de Albacete, comenzaba a sonar. Tanto, que a primeros del siguiente mes ya tenían su primer contrato para amenizar las fiestas en honor de la Virgen del Castillo en Chiva, Valencia, sin que supieran muy bien por qué pensaron en ellos. Onofre preparó para la ocasión un repertorio en el que sabía que se jugaba su futuro: Tony Ronald pero sin intentar impostarlo, Baccara pero en cristiano, Pablo Abraira más electrónico o Basilio sin engolar.
Éxito arrollador. Tras cada pieza, ovación. La Plaza del Ayuntamiento se venía abajo, literalmente, porque estaba descompensada entre escenario y público.
Y al final comenzó todo. Cuando Onofre guardaba su instrumento en el estuche y solo quedaba el fleco de cómo volver a Albacete, se le acercó, tímida, Marijose, rodeada por su grupo de amigas y semiocultando una sonrisa nerviosa. Que qué bien todo y todo eso. Enredaron. Y aquí no me detendré en detalles porque las horas pasan volando. Simplemente diré que, además de perder el autobús, Onofre sintió en el estómago lo que antes sólo conocía por las letras de Víctor Manuel. Onofre descubrió algo más que el mundo musical y esa noche fue un suspiro inspirador. Hubo tiempo, claro, para pasar del conocimiento al juramento del amor eterno.
Pero… qué duro es el amor en la distancia. Menos de un año después, los celos corroían a Onofre porque Marijose tardaba cada vez más en contestarle a sus apasionadas cartas y el cartero le devolvía dos veces sus paquetes postales, aquellos que enviaba a su amada con las casetes de sus canciones originales grabadas en el granero. El cartero siempre marcaba con una equis de bic la casilla de ‘destinatario desconocido’.
En ese escaso año pasaron muchas cosas, pero lo importante es que tal volcán de sentimientos en tan corto espacio de tiempo hizo que Onofre, ya descompuesto, compusiera a finales de junio de 1978 una de las más bellas canciones que se recuerden para expresar lo que supone ese diablo de los celos que siempre queman. Gracias a rabias sentimentales internas de los grandes genios, la Humanidad hereda joyas como ésta, música y letra de Onofre, grabada en el granero del susodicho por ‘Los impecables de Cotillas’ al completo, una melodía irrepetible:
2 comentarios:
¡Masterpiece, Don Francisco!
(Entre usted y yo: le daría a la vida de Onofre la oportunidad de saltar a las ondas en Sanseacabó)
Me encantaría, pero no tengo ni idea de cómo localizarle.
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