Puesta de sol sobre el cielo de Ecuador, domingo 13 de septiembre de 2009.
El día que se apague la luz no sabré cómo ponerme en contacto con más de ochocientas personas porque sus datos los tenía por arrobas al exclusivo cobijo del Gran Hermano. Perderé un montón de pensamientos aquí vertidos porque a mi cerebro rara vez le hago copia de seguridad. Me quedaré sin 1.024 recuerdos que un desconocido me albergaba por 20 dólares al año. Olvidaré que un día disfruté compartiendo mis pinitos con el vídeo. Ya no tendré más amigos desconocidos que se pasaban el día abriendo galletas de la fortuna e invitándome a unirme a causas absurdas. No compartiré mi asombroso currículo con señoras y señores a los que estaba unido en noveno grado. Ni nadie podrá husmear más en mi vida y milagros porque no habrá nada que actualizar. El día que se apague la luz 208 personas se quedarán sin saber si dormí bien o superé el estreñimiento. Y yo tendré que hacer memoria para volver a escribir los folios virtuales que también le regalé al Gran Hermano.
El día que se apague la luz ganaré un montón de horas porque ya no leeré cosas como ésta, que duran un minuto pero construyen calendarios y mayormente sirven para poco. Contaré mis cuitas solo a conocidos que me miran a los ojos y se interesan por mí y yo por ellos. Ese día me bajará el estrés porque ya no correré para abrir el enlace del enlace del enlace que me lleva a un enlace cuya lectura se dice imprescindible. Al final del día que se apague la luz almacenaré menos cosas y dejaré de inundar mi trastero.
El día que se apague la luz recordaré que los buzones son amarillos y puede que ya no necesite los ochocientos contactos porque tendré más cosas que decir. Recordaré, también, que el quiosquero se llama Joaquín y que todas las mañanas me volverá a ofrecer los periódicos aunque, eso sí, a lo peor vienen flojitos porque, el día que se apague la luz, muchos periodistas se quedarán a oscuras.
2 comentarios:
Paco, ójala se apagase la luz entonces. Lo digo porque estamos rodeados de luz, y muchos periodistas vivimos en tinieblas.
Un placer leerte.
Y tanto que es un placer.
Por cierto, ¡viva la luz!
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