Una cosa es que los niños se rían del profe, le pongan un mote y le tiren papelitos a la espalda y otra, bien distinta, que lo embosquen en el recreo para repartirle unas galletas, muchas veces con la inestimable colaboración de los papás de las criaturas. Porque, en los últimos tiempos, las noticias vienen por estos derroteros: el papi le da una somanta al profe por haber reñido a su Yónatan, mientras Fredi, el hermano quinceañero del Yónatan, se mete entre litrona y litrona al asalto de una comisaría porque a tan temprana edad ya confunde la play station con la estación de policía de su pueblo.
Uno, a sus años, que fue educado primero en casa y después en el cole, donde por cierto recibió algún sopapo que otro (sin que me haya quedado la menor secuela) asiste ahora atónito al debate surrealista semanal, que en esta ocasión toca sobre la autoridad en las aulas. Autoridad en las aulas… pero por decreto, para que el respeto debido al profesor se imponga por legislación, ya que al parecer es imposible hacerlo por educación.
Y eso de la autoridad, no sé, para mí que hay que ganársela a pulso, como uno ha intentado hacer durante toda su vida. Pero ahora ya no sé, ya me he perdido. Sigo con la boca abierta ante la posibilidad de que sean sus señorías las que discutan sobre la conveniencia o no de decretar por ley que el alumno debe respeto y obediencia a su profesor, porque si no se las verá con el señor guardia de turno.
Pues yo, se los adelanto, les aseguro que en caso de que prospere tamaña ley, padres y alumnos se la podrán saltar olímpicamente, porque es tal el batiburrillo legal en el que andamos sumergidos, que ya hay jurisprudencia que amparará su inocencia, criaturas. Lo digo porque, casualidades de la vida, esta semana también ha sido noticia la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, en la que falla que insultar al jefe llamándole hijo de mujer de costumbres distraídas (aunque de una forma más coloquial y directa, ya me entienden), no es motivo de despido.
Así que, señoras y señores, hijos y maestros, padres y vástagos, niños y niñas, obreros y patrones, conductores y peatones, ya lo saben: parece quedar abierta la veda para que cada cual dé rienda suelta a sus instintos, porque lo que la ley prohíba los tribunales suavizarán.
No sé, pero para mí que si en vez de tanta tontería leguleya la sociedad dirigiera sus esfuerzos no a imponer sino a convencer sobre las bondades de la educación, a lo mejor todos estos asuntos menores pasarían y para siempre al trastero del olvido. Lo que pasa es que esta sociedad, tan avanzada ella, tiene tanto miedo a dejarle secuelas psíquicas al niño, que mejor es dejarle que queme contenedores para exteriorizar sus sentimientos. Ay, señor…
Sanseacabó Nº 56, emitido por 98.3 Radio
2 comentarios:
A esto se le llama "miedo de sus señorías" y a que algún día les perdamos el respeto (y lo demostremos). Uy...
Pacottin,
Mucha razón la tuya. Pero vamos a otra cosa. Mañana, me paso por la tuya ciudad. Me acordaré mucho del loco de la colina-blog al que sigo con tanto cariño. Abrazos c.mmockel@gmail.com
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