martes, 20 de enero de 2009

La dictadura de las marmotas

"La prensa diaria tiene problemas de circulación por la competencia de los medios electrónicos y por la aparición de Internet. El periódico es un producto desde muchos puntos de vista, antiguo, del pasado, del siglo XIX. Tiene futuro, juega un papel muy importante en la conformación de la opinión pública en las democracias, pero necesita replantearse empresarialmente desde muchos puntos de vista". Juan Luis Cebrián, consejero delegado del Grupo Prisa, en el XX Congreso de la AEDE celebrado en Pamplona el 25 de noviembre de 2004.
Hasta hace cuatro años, como mucho, el todopoderoso consejero delegado del todopoderoso Grupo Prisa no creía en internet como medio de comunicación, como canal de distribución de contenidos informativos. Es más: tachaba a la red de conspirar contra el papel y su empeño, añadía, era "descubrir cómo Internet, independientemente de que conspire contra el soporte papel, puede servir como un nuevo sistema de distribución de prensa escrita". Esto es, hace tan solo cuatro años, cuatro, que el ejecutivo que más ayudó a restablecer las libertades en este país desde la trinchera del periodismo desde el martes 4 de mayo de 1976, seguía desdeñando el verdadero potencial de la red, y eso que en 1998 ya había publicado un libro de título profético: "La red: cómo cambiarán nuestras vidas los nuevos medios de comunicación". En fin, como verán el enredo es mayúsculo: en el 98 internet es nuevo medio, pero seis años después se degrada a una furgoneta (sin llaves de contacto) para repartir papel.

A El País, como líder en ventas de diarios en España, se le ha atacado y se le ataca desde todos los frentes posibles, como no podía ser de otra forma en la tierra de Machado. Predominan las acusaciones de sectarismo, oligopolio, prepotencia y epítetos que no apetece reproducir. Pero a mí, como me consta que les pasa a otros muchos compañeros del periodismo, lo que más me ha dolido en estos sus casi 33 años de historia ha sido el inmovilismo que, como le ocurre a cualquier persona, se ha ido haciendo más patente conforme engordaba. El País, uno de los periódicos mejor escritos de los que conozco, pasó de mozuelo rebelde y culto a apoltronado ejecutivo en despacho de planta noble. Aquella frescura de tirarse a degüello hasta fichar a los mejores periodistas del mercado popular fue derivando en club selecto con cuota de entrada. Se durmió en el periodismo político que tan necesario fue (y que tan bien hizo) en los 80, para en los 90 estar más pendiente del parqué que de la calle.

Desconozco todas las razones –aunque sé algunas e intuyo otras– que le han llevado ahora a perderse, como quien dice, la primera década del siglo XXI. La relación de El País con elpais.com darían para una tesis (y al doctorando que la ataque le regalo el título: Historia de un incomprensible desencuentro). Por un lado, el negocio digital es algo que por lo visto todavía no se estudia en ningún MBA y, así, los derroteros por los que ha pasado el puntocom son más propios de Don Pésimo que del líder mediático español. Los bandazos que han pegado en estos últimos diez años son un caso práctico continuo de decisiones equivocadas.

Pero, en las empresas, más allá de los números están las personas. Por causas imaginables, demasiados responsables de la Redacción de papel llevan años tratando con desdén (indiferencia y despego que denotan menosprecio) a su hermanico pequeño, a ese que siguen llevando en pantalón corto aunque hace tiempo que tiene vello en las piernas. Se ha impuesto la voluntad del grandote, del que se sale con la suya no porque lleve razón sino porque el padre (empresario) le tiene más miedo al grandote del primogénito que al pequeñajo listo, ágil, rápido, generoso, sonriente y capaz de hacer miles de amigos en un plisplas. El grandote, el dinosaurio de la Redacción que tanto manda, grita y se impone, lo hace porque tiene miedo de perder su estatus, su poder del que tanto ha disfrutado durante décadas. El cáncer en las redacciones empieza por esa dictadura de las marmotas, periodistas que se durmieron un día de puro gusto y hoy no quieren despertarse ante un nuevo mundo que lleva años amueblando la sociedad de la información, mientras ellos dormían, y que son incapaces de entender ni, mucho menos, aceptar.

Ahora, hoy, Juan Luis Cebrián ha anunciado la que asegura será la definitiva fusión de las redacciones de papel y digital de El País. Dios le oiga. Pero mucho me temo que hace falta algo más que órdenes para conseguirlo. En agosto de 2005, Bill Keller, editor ejecutivo de The New York Times, envió un correo a su staff en el que anunciaba la convergencia de sus también redacciones impresa y digital y justificaba la operación, entre otros argumentos, con esta sentencia: "Para atender informativamente al público como se merece, es necesario reorganizar nuestras estructuras y nuestras mentes". Y aunque en el fondo estoy de acuerdo, creo que en este caso el orden de los factores altera del todo el producto: si no hay primero una reorganización mental, de nada servirá la estructural. Y las marmotas, ay las marmotas, están para poca reorganización mental, porque bastante cacao tienen. Parecen dispuestas a morir ahogadas, pero lo peor es que arrastrarán al fondo a los que les llevaban el chaleco salvavidas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Como este tema da para mucho, lo dejamos para café con tortilla y posibles cigarros uno detrás de otro. Lo de Cebrián, morir matando que lo llamaban...

Anónimo dijo...

Cebrián tiene un aire a Ramón Calderón :d

Nacho Uría dijo...

Cebrián siempre ha llevado la "camisa vieja" por debajo del traje de Armani. De director de RTVE franquista a consejero delegado con modales de dictador. Los que nos criamos a los pechos de EL PAÍS hace tiempo que no reconocemos al periódico que nos amamantó. Las purgas, recientes y añejas, han terminado por desangrar el sueño de un periódico que cambió el modo de entender-nos como país y como sociedad. Ahora de aquel País apenas queda nada y la sociedad es Sociedad Anónima. Que pase el siguente.

El antihéroe dijo...

Yo tengo dos portadas de El País en las paredes de mi cuarto: la primera es del 24 de febrero de 1981, la segunda del 16 de febrero de 2003. Una de apoyo a la constitución, otra del "no" masivo a la guerra. Y sus motivos e inspiraciones son muy diferentes. La primera era valiente, la segunda... sólo "valiente".
No hace falta ver el calco de las portadas de El Mundo y El País -hasta en la publicidad- de hoy, 21 de enero de 2009, para apercibirse de la falta de un nuevo referente en la prensa escrita. Y no la habrá mientras sigan las mismas marmotas que señala Paco.
Que pase el siguiente... ¿Algún valiente?

Anónimo dijo...

Ay, Paco. Ahí es nada. Fantástico si las cosas se resolviesen con unir las redacciones, y ser más frescos, ágiles, inteligentes, entusiastas y hacer buen periodismo en el formato que haga falta o se quiera. Pero a mi me da que estas cosas, se visten de cambio estratégico, social, cultural o lo que sea y en el fondo, los señores que manejan las cuentas y los cuentos, los gestores del dinero, lo único que pretenden hacer es rentabilizar más y recortar más. A mi todo esto me huele a que más de un redactor/periodista se va a perder por el camino. Me da que hay más de apretarse el citurón que de convergencia. Esta es la maldita dictadura de las marmotas.

Espero equivocarme por completo. Porque tal y cómo está el panorama... espero que todo vaya a mejor. Cada día veo que hay muy buen periodismo y muy buenos periodistas aquí, pero que no tienen dónde trabajar. O no hay un hueco para ellos.

Un abrazo grande,

Dani

Luisgui dijo...

Supongamos que Murdoch se hace con El País, ¿qué dirá/hará/tocará el mítico Asnar?

Como posibilidad, vamos...