Hay periodistas defensores de la libertad que ahora reclaman un control de la libertad. Son algunos de sus guardianes que durante años se han beneficiado del favoritismo que les dio la potestad de pontificar desde un púlpito excluyente, mientras millones de ciudadanos tenían que hacer lista de espera, y rogar, hasta que se dignaran publicarles algo, siempre y cuando, por supuesto, juzgaran desde su orgullosa y fatua atalaya que fuera de interés público. Me estoy refiriendo a una cuadrilla numerosa de prepotentes periodistas que dejaron de serlo cuando se fundieron y confundieron con la empresa que les ingresaba los cheques y a la que había que defender a muerte, en una militancia incomprensible e incompatible con el libre ejercicio de la profesión del periodismo. El periodista, cierto es, debe fidelidad a su empresa y, si no a amarla, por lo menos se compromete a protegerla hasta que el contrato los separe. Pero de ahí a ser querubines con gaita que soplan al oído de su becerro de oro va un abismo. Groucho lo decía en broma, pero algunos lo siguen de veras: "Estos son mis principios; pero si a usted no le gustan, tengo otros".
Cuando vino internet, la mayoría de estos orondos prebostes que comandaban poderosas redacciones la aceptaron como el fariseo que da migajas al pobre en el patio trasero. Pero luego, al percatarse de que tras su inofensiva apariencia se adivinaba un futuro imparable, movieron sus piezas para echarlos y quedarse con la idea o, mejor, con el desarrollo de la idea en la que nunca han creído ni entendido. A todos se les llenó la boca de integración, convergencia, multicanal, interactividad y multimedia sin haber aprendido todavía a hacer un powerpoint decente o a descolgar un teléfono si no pasa por centralita. El sonido de la caja registradora les guía, la adulación a su SA es su norte y piensan que sin sus ideas, dogmas y doctrinas la sociedad está perdida. Son faros regalados por la providencia para protegernos de nosotros mismos, que somos unos inconscientes.
Pero ahora, cuando sus chalupas de caña hacen agua por meterles fuerabordas sin leer siquiera las instrucciones, se ponen a gritar advirtiendo a los paganos sobre los peligros que corre la libertad de expresión sin control en el océano de internet. Y lo gritan convencidos, aunque nerviosos, porque siguen pensando, hoy como ayer, que los paganos son tontos, que no saben distinguir la verdad de la mentira ni al bolero del periodista integral. Siguen confusos porque llevan años, a lo peor, creyéndose que lo que ellos divulgan es necesariamente la verdad, porque por algo venden mucho y alimentan las tertulias de su cadena. Siguen convencidos, a lo peor, de que todo lo que ellos han publicado o consentido que se publicara era la verdad y solo la verdad, sin obedecer nunca a intereses bastardos. Ah, y de izquierda a derecha, que lo mismo da a la hora de repasar la nómina de los periodistas vanidosos que nunca han tenido que rendir cuentas más allá de a su consejero delegado.
El problema, para ellos, no es la libertad, sino quién la administra, y quien debe administrarla debe ser, claro, el que está en posesión de la verdad, o sea, ellos. Y como la cosa se les escapa de las manos, los nervios crecen. ¿Será por su desinteresado amor a la verdad, a la libertad, a la independencia y al bienestar de la sociedad a la que con tanto sacrificio llevan años sirviendo? No: es por su miedo a navegar por estos mares desconocidos que ya les va dejando con sus vergüenzas a sotavento y la bodega menguada. Pero cuidado, que no hay nada más peligroso que un jabalí herido.
1 comentario:
Ostras, nada más leerlo se me ha venido a la mente el nombre de un famoso escritor-editor que, atacando las nuevas tecnologías, mantiene a diario un blog. Oh, periodistas sin columna.
Mira que te lo tengo dicho, Don Francisco...
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