La humanidad depende de la investigación para progresar. Son tantos seres anónimos los que entregan su vida a este empeño que es como para descubrirse. Y eso que hay pocos que salten a la Historia. Pero unos y otros, todos para mí, merecen un altar: desde Alexander Fleming, por descubrir en 1928 la penicilina, hasta A W. Brian Sweeney, Brian Krafte-Jacobs, Jeffrey W. Britton, y Wayne Hansen, por su estudio esclarecedor: "El soldado de guardia estreñido: prevalencia entre las tropas estadounidenses destinadas en el extranjero, y en especial por su análisis numérico de la frecuencia de los movimientos intestinales", y que incomprensiblemente sólo fue publicado en la revista "Military Medicine" [vol. 158, agosto, 1993, pp. 346-348], sin que hoy se reconozcan sus esfuerzos (investigadores) en los libros de texto.
Toda investigación contribuye al progreso. ¿Toda? Bueno, pues como en la Galia de Goscinny y Uderzo, toda… no. De medicina no seguiré hablando porque no tengo ni repajolera, como de otras muchas ciencias, y tengo que tirar de Wikipedia para saber cómo malgastan algunos su tiempo terrenal. Pero de Periodismo sé algo, creo, y me quedo aleladillo al descubrir grandes científicos escondidos entre congresos y publicaciones. Hace nada, por ejemplo, he contribuido modestamente (¡y sin pretensiones, eh, que no voy de académico y quien me conoce ya sabe lo que pienso al respecto!) al contenido de un libro sobre diseño periodístico en internet, al alimón con mi colega del ladrillo, el doctor –que sí es docto de verdad– Ramón Salaverría. Y resulta que en la alineación del tomo se encuentra un engolado profesor de periodismo digital, catedrático bendecido por el sistema, quien dice (textualmente, tecleo bien) sinsorgadas de este calibre:
“Otro recurso que se ha generalizado [en internet] es el uso de enlaces junto a un determinado información, para llevar al lector a otros textos relacionados con el mismo. En los diarios impresos, se suele recurrir al uso de despieces. En internet, los enlaces no sólo nos llevan a los posibles despieces o textos complementarios, sino que pueden remitirnos a material de archivo o hemeroteca sobre un determinado tema”.
¿Es posible tamaño atrevimiento con hardface de última generación en el ámbito universitario?, pregunto. Y alguien me dice que “eso” que acabo de reproducir es oro molido comparado con otros jetas profesionales de la investigación periodística. Por supuesto que pido pruebas, y por supuesto que me las da: una persona que forma a futuros periodistas (en otra universidad, por fortuna) presenta a un congreso de comunicación una ponencia titulada “Los intereses de la humanidad a lo largo de la Historia provocan que la meteorología se convierta en una nueva área de información especializada”. Y no, lo gordo no está en el enunciado sino en el desenlace, que reproduzco (como siempre li-te-ral) con tremendos esfuerzos para que no se me vuelva a reventar la sutura gástrica:
“Entre las diversas fuentes consultadas la mayor parte de ellas coinciden en señalar que ‘el hombre del tiempo’ en la actualidad tiene que tener el siguiente perfil. Debe conocer la materia de la que está informando; porque sino se corre el riesgo de interpretar mal la información. Tiene que ser un buen comunicador, para que la audiencia se crea lo que está contando. Y en este sentido XXX [nombre de un conocido profesional], avalado por su experiencia, expresa algunas recomendaciones. Necesidad de sintonizar de tal modo la información que transmita credibilidad. Expresarse con un lenguaje claro, sencillo, ameno, pero al mismo tiempo riguroso y respetuoso. Tener en cuenta la sincronización de las explicaciones con las imágenes que se emiten. Y sobre todo ser muy cautos a la hora de informar las previsiones.
Estos serían algunos de los aspectos que hacen un balance aproximado de lo que ha sido y ha representado desde sus comienzos hasta hoy un conocimiento interpretado en sus orígenes desde la cultura popular, para ser analizado en la actualidad como un conocimiento matemático numérico y científico: El Tiempo”.
Cuando se les pase el ataque les diré que no es chiste ni producto de mi imaginación, porque ni queriendo llegaría a tal éxtasis creativo. La ponencia es obra mística, pero real, de persona que cobra todos los meses de su universidad pública (o sea, de todos) y, para los que no me crean, tengo como prueba el grueso tomo sobre “Prensa y periodismo especializado” donde fue publicado, editado y avalado por próceres de la investigación que, gracias a Dios, tampoco pertenecen a mi Universidad. Próceres que duermen como niños, con la satisfacción del deber cumplido, criaturas.
Y ahora les dejo, porque tengo que terminar mi investigación que será publicada en el próximo número de NASA TODAY bajo el escueto título de: "La disfunción terráquea en el consumo de bombillas y su interrelación con el poder adquisitivo familiar de las sociedades componedoras de sus territorios. Aproximación a un posible desequilibrio económico y desarrollativo entre el norte y el sur: la noche como posible exponente gráfico del susodicho desequilibrio. Una hipótesis". Y me van a pagar por ello. Hasta hartar.
5 comentarios:
No echo gota.
Jeje, grande, Don Francisco.
Se podría hacer una tesis sobre los títulos de tesis.
No es por cortar la meada pero digamos que en la universidad privada también hay algún caso como para echarse las manos a la cabeza.
Pocos, pero los hay. Al igual que en la pública, me imagino.
Un saudiño.
Por cierto: "La influencia de la literatura de Ibsen en las mujeres australianas".
Es el título real de una tesis.
Un saudiño.
Como publiques eso en nasa., te demandaré, porque tiene el mismo título que uno que escribí hace un par de meses... Como no eres académico, no estás al loro, pacotto de mis amores.
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